Como la carta de vinos suele estar organizada por variedad, y tú probablemente no sepas nada, te recomendamos la cepa Malbec, una de las mejores uvas de los argentinos.
Una marca reconocida como Trumpeter o Alamos se encuentran en casi cualquier restaurante y son un refugio para el no iniciado.
La mayoría de las cartas de vino están ordenadas por precio, de forma que resulta fácil ir y venir por ella.
Bríncate la etiqueta más barata y elige cualquiera que esté un poco más arriba.
Generalmente es una mejor opción y sólo por unos pocos pesos más.
Incluso va a parecer que sabes elegir, dejando atrás el estigma de no tener la menor idea de lo que haces.
Lo correcto es elegir primero los platos y después el vino.
Seguir este orden te hará parecer alguien de mundo.
Y a la hora del maridaje, tampoco te rompas la cabeza: contra todo lo que digan, el viejo adagio de carnes blancas con vinos blancos y rojas con tintos, es una buena guía.
El mesero trae la botella y, si puede, te mostrará la etiqueta para que la apruebes.
Es importante revisar que la variedad sea la que hayas pedido y que la cosecha sea relativamente nueva, especialmente con los blancos.
Como casi nunca está aclarado en las cartas (y si lo está, seguro que está desactualizado), la cosecha es un dato a observar.
Hoy la de un blanco no debiera ser anterior a 2.009.
Y en tintos, nada que esté más allá de 2.008 para vinos jóvenes.
Acto seguido, el mesero te sirve para que lo pruebes.
Haz girar el vino en la copa y aspira sus aromas.
A menos que esté arruinado, caso en que percibirás vinagre u olores a trapo sucio, es raro que huela mal.
Luego embúchatelo y haz un ligero tour del vino por tu boca.
En este momento es crucial que te fijes si está a temperatura, es decir, si no sientes el alcohol como nota dominante.
Si así fuera, pedí una hielera para que lo enfríen, incluso si es tinto.
Los vinos defectuosos son realmente defectuosos.
Pueden oler a suciedad, a huevo podrido, a riñón, estar rancios o parecerse demasiado al vinagre. En cualquiera de estos casos puedes pedirle al mesero que te cambie la botella.
No sientas vergüenza por eso.
Pero si la botella que pediste no te gustó, apechuga y tómatela.
No será ni la primera ni la última vez que te suceda.
En los restaurantes de categoría hay un sommelier para ofrecer las bebidas.
Es útil en la medida que sepas apoyarte en él.
Por ejemplo, no aceptes la primera recomendación que te haga, porque suele ser la etiqueta que le adorna cada venta o la que hay que mover ese día por motivos que no incumben a tu paladar.
Sin embargo, a la tercera o cuarta recomendación, suele afilar bien su puntería porque se pone en juego el prestigio.
Si no te suena la marca, pregunta el precio para que no te atore.
Cada vez más restaurantes aceptan descorche.
Básicamente, consiste en llevar tu vino para consumir en la mesa.
Aprovéchalo y evita el mal trago de tener que elegir mientras el mesero golpea el lápiz en su libreta.
Para que no te mire feo, el secreto es descorchar etiquetas raras o caras que no están en la carta.
En cuanto a qué vas a pagar por el descorche, varía : idealmente equivale a consumir el vino más barato de los ofertados en carta, pero nunca se sabe.