Una inhabitual cata vertical de siete añadas de Petrus si se fijan, la palabra 'Château' no aparece ni ha aparecido nunca en la etiqueta, recién celebrada en Madrid, nos sirve de 'percha' para presentar el que quizá sea el vino más mítico de Burdeos, a medio camino entre lo real y lo imaginario : forma una santísima trinidad vinícola junto a la Romanée-Conti y al Château d'Yquem.
Hablar de Petrus es hablar de algo más que vino : especulación, exclusividad, grandeza.
Pocos son lo que no han oído hablar de este vino bordelés enraizado en la denominación Pomerol a escaso medio kilómetro de Saint-Émilion.
El viñedo en Burdeos está dividido por dos ríos en forma de Y.
La rama de la derecha es el Dordoña, y la izquierda el Garona. La zona a la izquierda de esta Y es la zona "clásica", la que se clasificó ya en 1.855, y donde están los grandes 'châteaux' pertenecientes a la nobleza : Graves y Médoc.
La zona a la derecha, el Libournais, es menos antigua y más plebeya, dominada por Saint-Emilion y Pomerol : tan plebeya que ni siquiera era considerada a la hora de las clasificaciones del viñedo.
El área entre los palos de la Y se llama "Entre dos mares" (a nosotros se nos antoja que "Entre dos ríos" sería más adecuado, pero...).
Pomerol, en la orilla derecha, desmitifica los vinos de ladera : plano como una tabla, produce algunos de los mejores vinos mundiales.
Y en el centro de la llanura, una bolsa de arcilla (de color azulado, para más pistas) entre la grava, que forma la viña de Petrus, dura y densa arcilla, que actúa como esponja regulando la humedad en plantas y suelo, y un subsuelo con gravas y arcilla rico en hierro, y que le da ese carácter excepcional, ya que el clima es exactamente igual que el de sus vecinos (tampoco mancos, la verdad: L'Evangile y Cheval Blanc entre otros).
La historia de la finca
Propiedad de la familia Arnaud en el siglo XIX, en 1.925 Madame Loubat, esposa del propietario del Hotel Loubat en Libourne, comienza a comprar acciones de la Sociedad Civil de Château Petrus hasta convertirse en su propietaria en 1.949.
Jean-Pierre Moueix, negociante de vinos, se hizo con la exclusiva del vino, y poco a poco fué haciéndose con el control al heredar un tercio de la propiedad al morir Madame Loubat, y posteriormente comprar su parte a una de las dos herederas de esta.
El éxito se debe a la gestión de la familia de 'négociants' Moeuix. En la actualidad dirige el 'château' el hijo de Jean-Pierre, Christian.
Tienen otras notables propiedades en Burdeos, como Ch. La Fleur-Petrus, Ch. Latour-à-Pomerol, Ch. Trotanoy, Ch. Magdelaine... y en California el discutido Dominus, el más bordelés de los vinos californianos, y que está también en la cima de reconocimiento, precio y calidad del valle de Napa.
Pocos verdaderos castillos o palacetes ('châteaux', en francés) hay en realidad en esta margen derecha, aunque la mayoría lo incorporen a sus nombre.
Petrus es un edificio con más pinta de granero que de castillo, pero en esa insulsa propiedad se producen algunos de los vinos más concentrados, potentes y tánicos aunque a la vez sedosos, del mundo.
El viñedo
La vida y obra de los grandes châteaux bordeleses es tan bien conocida como la vida de los famosos, y se puede encontrar hasta el más mínimo detalle de la historia y los métodos de producción de estos en todos los libros referentes al tema.
En el caso de Petrus, 11,5 hectáreas plantadas en un 95% de merlot, y el resto cabernet franc.
El cabernet franc raramente llega a madurar perfectamente, algo imprescindible para poder llegar al gran vino, con lo que generalmente se queda fuera del ensamblaje final.
En el siglo XIX la extensión de la propiedad, que por aquellos años pertenecía a la familia Arnauld, se reducía a 6,5 ha plantadas al 70% de merlot y al 30% de Cabernet Franc.
Hasta 1.969 no alcanza su actual tamaño, con la adquisición de 5 ha del Château Gazin que son replantadas con merlot hasta conseguir la composición que hoy conocemos.
Los rendimientos que establece Christian Moueix son de unos ocho racimos por cepa, ya que si los rendimientos son menores el vino puede resultar demasiado tánico.
Las cepas tienen una edad media de 45 años, son inusualmente viejas para el Pomerol, y se replantan cepa por cepa sólo después de que alcancen los 70 años de edad.
La vendimia se empieza siempre después de mediodía para evitar la humedad de la mañana (al contrario que en buena parte de España, donde es conveniente vendimiar lo más temprano posible por la mañana, para evitar los calores de la tarde).
Además del pago excepcional y único en el mundo mencionado arriba, el cuidado meticuloso de la viña, bajos rendimientos, y una salvaje poda en verde (fueron de hecho los que comenzaron, en 1.971, esta práctica ahora bastante común) e incluso algunos métodos extremos, como usar helicópteros para generar corrientes de aire que sequen las uvas, estufas colocadas en el viñedo para evitar las heladas, o alfombrar la viña con plástico para evitar las lluvias en época de vendimia, como hicieron en el difícil año 1.992 (justamente la misma práctica que le ha llevado a la descalificación de parte de su codiciado Valandraud a Jean-Luc Thunevin...) son los que proporcionan esa uva tan especial.
El vino
Los métodos de producción no podían ser más sencillos, algo que nos encontramos invariablemente cada vez que hablamos de grandes vinos: no hay grandes secretos, y se hacen de la forma más sencilla.
El secreto está en la materia prima, el terreno, el clima y los rendimientos.
Las densidades de plantación no son muy altas para Burdeos : unas 5.000 a 6.000 cepas por hectárea.
Petrus se hace en depósitos de cemento, el vino de prensa se añade inmediatamente al vino, y se cría este unos 20 meses en barricas de roble nuevo, trasegándose cada tres meses. (Atención bodegueros: no seguir esta fórmula, especialmente en lo referente al roble, a no ser que se tengan unos rendimientos de 35-45 hl/ha.
El buen vino no lo hace mucho roble nuevo).
Se producen unas 40.000 botellas anuales, aunque las variaciones por la añada son notables, llegándose a producir tan sólo 15.000 debido a una estricta selección en las añadas más difíciles.
Los precios de salida de la bodega han sido en el último año de unas 20.000 pesetas (tomen nota algunas bodegas españolas: pretenden vender sus vinos más caros que Petrus).
Inmediatamente se comercializan a través de 'négociants' con precios impuestos por la bodega y la ley de la oferta (pequeña) y la demanda (grande) hace que los precios se disparen hasta convertirlo en el vino más caro del mundo.
Raro es encontrar hoy una botella por menos de 100.000 pesetas, incluso de añadas difíciles, llegando a las 200.000 en las buenas, y a cifras obscenas en las míticas (1.945, 1.947, 1.961, 1.982, 1.989, 1.990 y 1.995).
Se acepta hoy que, después de excepcionales vinos que le encumbraron tras la II Guerra Mundial, principalmente 1.945 y 1.947, Petrus produjo vinos de calidad irregular en los años 70 y 80, para volver a la cumbre a partir de la mítica añada de 1.989.
En general alabados por toda la crítica, desde Robert Parker a Clive Coates, pasando por Jancis Robinson, Michael Broadbent y Tom Stevenson, se encuentran sólo desmitificados por la dura pareja Michel Bettane y Thierry Desseauve, que le califican con tan sólo dos estrellas (de un máximo de tres) en sus polémicas guías anuales "Le classement des vins et domaines de France".
El prestigioso enólogo Jean-Claude Berrouet, de origen vasco (hace unas estrafalarias declaraciones diciendo que el mejor vino español es el txacolí...), alumno del afamado Emile Peynaud, es el encargado de la vinificación de la uva que traen un equipo de 180 vendimiadores, que pueden recoger toda la fruta de Petrus en cuestión de horas.
Como todos los grandes vinos, Petrus es un vino que pasa por periodos en los que está más cerrado y resulta difícil de juzgar.
Ha sido descrito como un vino de increíble potencia, profundidad y riqueza, aunque posee un exquisito balance que facilita su longevidad.
Igualmente es famoso por su textura aterciopelada.
Cata vertical
No es un vino de los que se prueben todos los días, y mucho menos normal es tener la oportunidad de catar siete añadas diferentes.
Gracias a la generosidad de unos buenos amigos, se reunió en Madrid un grupo de buenos aficionados, enólogos y periodistas especializados para catar vinos de la bodega, desde 1.987 a 1.997.
Se cataron las añadas 87, 89, 92, 94, 95, 96 y 97. A ciegas, y con el añadido de dos californianos de los más bordeleses, Dominus 96 (también de Moueix) y Opus One 95 (de los Rothschild y Mondavi), fué un ejercicio sumamente interesante.
Como suele suceder, la cata ciega proporciona algunas sorpresas, al eliminar la sugestión de conocer la añada o la etiqueta de lo que se está catando.
En general podemos decir que los vinos tienen un carácter poco expresivo inicialmente, que necesitan varias horas de decantación, mostrando en la nariz notas especiadas, de clavo y canela, en la boca un gran cuerpo (algunos años, como el 95, con una carga tánica brutal) y unos característicos anisados.
l vino, como es lógico, cambia en la copa a cada momento, y una característica que nos pareció era como que el vino "iba y venía", se abría y se cerraba, se volvía a abrir, pero mostrándose de forma diferente... vinos por momentos esquivos pero de precisa definición en la boca con opulencia de fruta roja y tanino de seda.
Interesante fué también la comprobación de que los vinos de Petrus no precisan una larga guarda en botella para desenvolverse suntuosos y pletóricos en su juventud; la mayor parte de los catadores alabó esta accesibilidad de los vinos y su indudable armonía.
Como resumen podemos decir que llamó la atención que algunas de las añadas "menores", quedaron muy bien situadas: excelente el 97 (¡mejor que el 96!), el 94 (casi, casi al nivel del 95).
Más flojo fue el 92, aunque varios catadores apreciaron su armonía y accesibilidad, y más aún el 87, reflejando la dificultad de una añada en la que la maduración de las uvas fue menos que perfecta...
Las estrellas, el 89, ya desarrollado y mostrando lo que tiene que dar (que es mucho), y el 95, bastante cerrado y evolucionando muy lentamente en la copa, el que más tiempo tarda en despejar los olores de reducción, y en ir abriéndose, señal de que su vida en botella será larga.
Lo peor, la decepción en las cosechas del 87 y el 96.
De la primera añada no se esperaba sino que el vino "cumpliera", y lo hizo a medias, porque si bien al principio este 87 mostraba una interesante nariz con notas trufadas y cierta gracia en la boca, en unos minutos apareció un ligero verdor y un punzante carácter herbáceo que descompensaba la estructura del vino.
Del Petrus 96 -sólo 1.800 cajas comercializadas- se esperaba bastante más si nos atenemos a un año que fue considerado como bueno y en el que pese a llover bastante en julio y agosto, la estabilidad atmosférica de las primeras semanas de septiembre salvó la vendimia.
Los 93 puntos otorgados por Parker a este 96 son sin duda excesivos y los calificativos de "denso, tánico y largo", no se atienen a lo percibido: un vino sencillo al que le falta amplitud y estructura, con una acidez bastante marcada y escasamente arropada de taninos maduros.
Es desconcertante que el Petrus 97, una añada decepcionante en calidad con precios absurdamente caros y un tiempo muy variable y loco que en nada ayudó a la completa madurez de las uvas, diese un buen rapapolvo al 96, desplegando más fruta, más carácter mineral, más finura y más hechuras de vino. Un buen Petrus, muy por encima de la añada
El teóricamente más flojo Petrus que se iba a catar, el 92, sorprendió.
En esta añada, un verano húmedo y lluvioso con apenas calor arruinó una de las cosechas más desastrosas de la historia de Burdeos, con abundancia de vinos diluidos.
En Petrus elaboraron algo menos de 36.000 botellas y la verdad que el vino cumple con mucha dignidad; está para tomar ya y tiene unas encantadoras y elegantes notas animales en nariz, que se completan con una boca sabrosa y un tanino maduro y pulido.
No obstante, saber que una botella cuesta alrededor de las 100.000 pesetas apaciguó el entusiasmo de algunos catadores.
Los tres grandes
Dejamos para el final las tres añadas estelares: 89, 94, 95, consideradas y coronadas de común acuerdo como las mejores, sólo con ligeras discrepancias con respecto al orden.
El primero es un clásico y compendia la quintaesencia de Petrus: una nariz profundísima que se abre de manera paulatina a multitud de registros: ciruelas, regaliz, chocolate, especias y un nítido fondo mineral, con taninos aterciopelados, exquisita madurez de fruta y una densa, concentrada y delicada textura en la boca..
Un 100 sobre 100 según el 'Wine Spectator', y un vino del que el propio Christian Moueix ha dicho que es su logro más relevante desde que comenzó a vinificar a primeros de los 70.
Las condiciones meteorológicas en la vendimia del 89 fueron casi perfectas, con un verano cálido y seco, una vendimia temprana y abundante, y vinos ricos, concentrados y equilibrados.
Sin discutir la indudable clase de este 89, sí que habría que poner en entredicho algunos comentarios de la crítica internacional, que afirman que se trata de un Petrus al que habría que esperar 10 años o, como 'Decanter' dixit : "Tendrá décadas de vida por delante". La sensualidad de este vino lo hace placentero y disfrutable ya mismo, sin que uno sienta el más mínimo escrúpulo de pedofilia vinícola.
Y además ¿quién garantiza por escrito que en 10, 20 años el vino estará mejor?
Desde luego, de poseer una caja -¡qué ingenuidad!- no habría que dudar en ir bebiéndolo.
Entre el Petrus 94 y el 95 se generó una polémica que, de haber sido la cata descubierta, se hubiera decantado hacia el segundo con seguridad.
Muy parejos estuvieron ambos vinos y aunque el 94 se mostraba envolvente, frutoso y más expresivo, parece que la opulencia, potente tanicidad, solidez y seriedad del 95 le asegura una vida más larga.
Pero, ¿quién sabe? A ciencia cierta lo único claro es que ambos estaban tremendos.
El 94 con fruta roja en cantidad, frescos taninos, notas anisadas, y una voluptuosa juventud que lo hacen versátil y muy atractivo tanto para beber como para guardar.
El 95, compacto, graso, tánico, muy completo, y eterno en la boca es otro cotizadísimo Petrus, encumbrado por Parker (96+) y el 'Wine Spectator' (98), que no decepcionó en absoluto, aunque como en el caso del 89 tampoco creemos que haya que esperar decenios a que el vino se afine.
La añada del 95 en Pomerol se puede calificar como muy buena, con una gran madurez en las uvas y vinos de gran profundidad y extracto, pero de calidad variable y desigual según los productores.
El parón de las lluvias, que por quinto año consecutivo asoló Burdeos, y el buen tiempo a partir del equinoccio permitió una vendimia tranquila.
Los californianos, por sus tonos balsámicos de eucalipto, y su carácter más moderno ('Cherry Coke'), y bastante más evolucionados, fueron reconocidos casi unánimemente.
Claro, que puestos al lado de otros californianos, hubieran parecido casi franceses.